Señor, que seamos de verdad
tus sarmientos,
sarmientos del Reino,
sarmientos del Espíritu,
sarmientos de santidad
profundamente humana.
… profundamente humana,
como tú, Señor,
como tú.
Que seamos la alegría de la vida
de quienes nos rodean.
Que seamos vino de alta calidad
para la fraternidad diaria.
Que seamos síntoma de esperanza auténtica y fecunda
ante tanta y tanta frustración cotidiana,
ante tanta y tanta mala leche cotidiana,
ante tanta y tanta paparrucha cotidiana.
Que estemos presentes con misericordia
frente a las personas que tenemos delante.
Que estemos disponibles
para la escucha, la acogida y el abrazo fraterno.
Que estemos abiertos a lo mejor de los demás,
lo mejor de los demás siempre presente,
lo mejor de los demás siempre sorprendente,
lo mejor de los demás siempre enriquecedor.
Que abramos nuestra sensibilidad
a la profunda comunión
en la que estamos insertos todos los vivientes.
Que abramos nuestros ojos
a la bondad que habita
en lo mejor de cada ser humano cercano.
Que abramos nuestros bolsillos
a las necesidades reales
de los necesitados de nuestras ciudades.
Que cuidemos nuestras palabras
para que hagan crecer en humanidad
los ambientes donde estemos.
Que cuidemos la amabilidad
hacia nosotros mismos
y hacia los demás
constantemente.
Que cuidemos nuestro compromiso activo
por la paz,
la solidaridad
y la fraternidad humana.
Que seamos presencias de amor incondicional,
a pesar de nuestras limitaciones.
Que seamos presencias que promueven la paz y la justicia,
a pesar de nuestras inconsistencias.
Que seamos presencias que avivemos sin descanso la alegría de vivir,
a pesar de las sombras de nuestra biografía.
Señor, que seamos comprensión más allá de las palabras.
Señor, que seamos sonrisa auténtica y serena.
Seño, que seamos ejemplo de gratuidad
porque hemos purificado de verdad
nuestra mente,
nuestro corazón,
nuestra fe.
Amén.
Aleluya,
Aleluya.
Aleluya.