Señor Jesús: los apegos nos atan.
Lo sabemos muy bien.
Nos atan nuestros bienes ideológicos y emocionales.
Nos atan nuestros refugios en las riquezas y en las relaciones.
Nos atan nuestras raíces y nuestras identidades.
¡Sólo tú puedes liberarnos de nuestras filias tan humanas…
tan demasiado humanas
que nos blindan bolsillos, cabeza y corazón!
Señor Jesús: la falta de confianza nos bloquea.
Lo sabemos muy bien.
No discernimos: repetimos y repetimos.
Año tras año.
No creamos: reiteramos y reiteramos.
Liturgia a liturgia.
No nos abrimos: nos encerramos y nos encerramos.
Día a día… año a año.
Y nos agotamos por la falta de luz,
de aires nuevos,
de vitalidad del Espíritu.
Señor Jesús: sin darnos cuenta nos deslizamos a un cristianismo sin cruz,
a un cristianismo que nos hace creernos vivir en una santa comodidad,
comodidad sin cruz.
A un cristianismo que nos hace vivir sin la tensión de evangelizar en serio,
evangelizar sin cruz.
A un cristianismo de palabras vacías, insignificantes, viejas.
A un cristianismo que no llama a jugarse la vida realmente
para que todos tengan vida y vida en abundancia.
¡Señor Jesús,
sólo tú puedes aumentarnos la fe
que nos abre a la aventura de la libertad de los hijos de Dios!
¡Señor Jesús,
que no rehuyamos los conflictos
a la hora de discernir los caminos a los que nos llamas,
las exigencias concretas que nos pones por delante,
las grandes obras a las que estamos llamados!
¡Señor Jesús, enraizados en ti,
queremos crecer como como hijos e hijas de Dios,
crecer como audaces testigos de que otra cultura es posible,
otra Iglesia es posible,
otra humanidad es posible!
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