Señor Jesús, ábrenos los ojos para intuir en lo pequeño y cotidiano
la presencia sorprendente de tu Reino,
sin prisa, sin pausa.
Señor Jesús, agudiza nuestro instinto para el bien
y así poder captar tanto y tanto
de bueno y de santo que hay en el corazón
de quienes nos encontramos en la vida,
tan humanos,
tan hijos de Dios,
tan imagen misteriosa
de tu ser en la humanidad.
Señor Jesús, haznos capaces de asombrarnos ante nuestra capacidad
de acoger los dones de la vida en el día a día,
dones imprescindibles
para irradiar
la buena noticia
de que es posible
una fe,
una esperanza
y una caridad
que nos humanicen plenamente,
que sacien nuestra sed de autenticidad
y sosieguen esos miedos
que arañan nuestras entrañas.
Señor Jesús, expande nuestra sensibilidad
para ver en la lentitud cotidiana la fuerza última de tu Reino,
esa fuerza que fundamenta e impulsa
todos los dinamismos de la realidad
en los que estamos implantados,
en los que germinamos
y por los que podemos dar frutos
que muestren que lo mejor de nuestra humanidad
es tu amor y tu cuidado desbordante.
Señor Jesús, purifica nuestra inteligencia
para que descubramos los signos de tu poder
en lo humilde,
en lo sencillo,
en la inocencia,
en lo lento,
en lo que se está gestando,
en lo frágil
pero misteriosamente
palpitante de vida en abundancia.