Señor Jesús, muchas veces parece que huimos de nosotros mismos.
Huimos de nuestros miedos.
Pero nos habitan dentro, como sombras ásperas.
Y sentimos que nunca nos abandonarán.
¡Sálvanos, sálvanos, Señor!
¡Danos una nueva inocencia!
Señor Jesús, tantas veces parece que somos como fugitivos sedientos, desorientados, temerosos.
Vivimos temerosos, como perros perdidos sin collar entre las insidias de la gran ciudad.
Renegamos, escépticos, de los dones que la vida nos regala día a día.
¡Sálvanos, sálvanos, Señor!
¡Danos luz para vivir lo mejor de la vida!
Señor Jesús, nos sentimos tantas y tantas veces tensionados, fatigados, muy cansados.
Nos rodean tantas mentiras, tantas imposturas, tantas patrañas.
Nos agitamos como bolsas de plástico en el vendaval de paparruchas de lo cotidiano.
¡Sálvanos, sálvanos, Señor!
¡Que cuidemos, humildemente, la verdad y el bien de las personas!
Señor Jesús,
que descubramos
tus ángeles de paz,
tus ángeles de comunión,
tus ángeles de serenidad
que nos orienten aún más en la vida
para acercarnos a ti,
para estar en comunión contigo,
para unirnos a ti.
Señor Jesús,
que nos descentremos más para enfocarnos en lo que de verdad importa:
la dignidad de todos los seres humanos.
Señor Jesús,
que nos entreguemos más a lo que de verdad importa:
la santidad y la justicia del Reino de Dios.
Señor Jesús, que nos silenciemos más para escuchar con el corazón las palabras esenciales:
¡Paz a vosotros!
¡No tengáis miedo!
¡Sois hijos de Dios!
Señor Jesús,
el resucitado,
ningún otro nos puede salvar.
Amén.
Aleluya.
Aleluya.
Aleluya.