SEÑOR JESÚS, NOS LLAMAS A LA MONTAÑA
Señor Jesús,
nos llamas a la montaña,
al lugar de la revelación,
al lugar de la presencia transformadora de lo santo,
al lugar del despertar radiante de lo mejor que hay en nosotros:
las semillas de la divinidad.
Señor Jesús,
no sabemos bien cómo,
pero intuimos claramente en nuestra conciencia
que lo mejor que nos puede pasar es secundar esa llamada,
ese regalo tan anhelado,
ese reto que sabemos que nos va a mejorar la vida,
a pesar de los desiertos,
las nieblas,
los miedos que nos arañan las entrañas.
Señor Jesús,
no sabemos bien cómo,
pero intuimos con toda claridad,
con toda confianza,
con toda lucidez
que nuestras contradicciones
se disuelven
contigo,
por Ti,
en Ti.
Señor Jesús,
nos llamas a la montaña,
nos llamas a una relación,
a la relación por excelencia,
a la relación que da sentido, significado y sensibilidad
a nuestra biografía tan humana,
tan vulnerable,
tan contradictoria.
Señor Jesús,
nos llamas a contemplar la santidad
que habita en Ti y que habita en nosotros,
nos llamas a compartir
lo mejor que somos y tenemos
gracias a tantos y tantos dones
de tantas y tantas personas.
Señor Jesús,
nos llamas a experimentar el nacimiento nuevo
que proviene de tu presencia en nosotros,
nos llamas a expresar la salvación
que nos concedes con las mejores potencialidades
que tenemos en nuestra inteligencia,
en nuestra libertad
y nuestro amor
para congregar a todos en la unidad de las unidades,
la unidad de los hijos de Dios,
en la unidad de la fraternidad
por encima de triviales diferencias tribales.
Señor Jesús: nos llamas,
a cada uno,
por nuestro nombre.
Directamente.
Con poder y con infinita ternura.
Con poder y con infinita paciencia.
Con poder y con infinito deseo de comunión.
Señor, Jesús,
no sé si soy tan valiente
para responder a la altura de lo que regalas.
No sé si soy capaz de vivir
diariamente como nos propones.
No sé si me siento dispuesto a abrir mi corazón
para que entre tu presencia,
tu divinidad,
tu luz
y me transforme
en testigo de la luz definitiva
que eres Tú.
No sé si soy capaz de mostrarme
tal cual soy y estoy, ante ti,
Dios de Dios, Luz de luz
para que me regeneres, me conviertas, me salves.
Señor Jesús,
quisiera tirar a la basura
tanta y tanta costra acumulada
por mi avidez, mi codicia y mi ceguera.
¡Ayúdame, Señor de la pureza de corazón!
Señor Jesús,
quisiera derribar las chabolas de mi comodidad,
tan ávidos de baratijas, de payaseos, de simulacros.
¡Ayúdame, Señor de la autenticidad humana!
Señor Jesús,
quisiera silenciarme,
quisiera aquietarme,
quisiera simplemente ser…
estar amándote.
¡Ayúdame, Señor del amor sobre todo amor!
Señor Jesús,
sé que te acercas
a los caídos.
No sé si quiero abajarme…
Señor Jesús,
derríbame,
desmoróname,
desmenúzame.
¡Sé que me levantarás
para vivir a la altura
de la dignidad
a la que nos llamas,
la dignidad de los Hijos de Dios,
hermanos de todos los hombres,
cuidadores de la vida,
de toda vida!
¡Señor Jesús,
Señor de las paradojas salvadoras,
Señor de las palabras deslumbrantes,
Señor de la Presencia sobrecogedora y fascinante!